jueves, 29 de diciembre de 2011

El Veneno de Basilea

Mark Twain describía a los banqueros como aquellos quienes prestan el paragua cuando el sol brilla, y exigen su devolución cuando llueve. Tradicionalmente se ha considerado que la natural aversión al riesgo del banquero, es un obstáculo para lograr la suficiente toma de riesgos, tan necesaria para permitir a la economía moverse hacia adelante, y no estancarse, y no caer. 

Pero ésa aversión al riesgo propia del banquero, fue multiplicada exponencialmente por las regulaciones bancarias producidas por el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea. Estas incentivan al banquero a prestarle exageradamente a quienes oficialmente se consideran como los no riesgosos, y, con ello, desincentivan el prestarle a los percibidos como riesgosos. 

Por ejemplo, según las normas de Basilea II que rigen las regulaciones bancarias españolas, si un banco español le presta a un pequeño empresario español, de aquellos que pueden ayudarles a crear la nueva generación de empleos, se le requiere al banco tener un capital del 8 por ciento. Eso equivale permitirle al banco ganarse el margen neto ajustado por riesgos y costos por préstamos a empresarios unas 12 veces sobre su capital (100/8). Pero cuando el banco otorga un préstamo para la adquisición de viviendas, sólo se le requiere tener un 2.8 por ciento en capital, lo que le permite ganar ése mismo margen neto, unas 35 veces sobre su capital (100/2.8). 

Por lo tanto, si un banco español espera obtener, después de costos y de pérdidas estimadas por riesgos de no pago, un margen neto del 1.5 por ciento al prestarle a un pequeño empresario español, esperaría lograr un retorno decente del 18 por ciento al año sobre su capital, mientras que, si el banco piensa ganar ese mismo margen neto, otorgando préstamos para la adquisición de viviendas, pensaría en ganarse un ya indecente 52 por ciento al año. 

Por supuesto lo anterior envenenó a España… dificulto e hizo más oneroso el acceso al crédito bancario para los pequeños empresarios, y facilitó y abarato los préstamos para las viviendas… y como resultado ahí están hoy los españoles, despistados y desesperados, con viviendas vacías y sin empleos. 

En Mayo de 2003, en El Universal, en un artículo titulado “Basilea”, alerte que sus normas deberían llevar estampado el siguiente mensaje: “Advertencia, el exceso de regulaciones bancarias de Basilea puede ser muy perjudicial para el desarrollo de su país”. 

Amigos, si tienen amigos o familiares en España, les agradezco les hagan llegar este artículo. A ellos como al resto del mundo naturalmente les resulta tanto más fácil creerse el cuento de que su crisis económica resulto de una falta de una regulación bancaria, que el creer en una realidad más difícil de entender, la de unos pocos reguladores bancarios expertos que regularon mucho pero increíblemente mal. 

Aún cuando en casi todo el mundo se observa la existencia de excesivos préstamos a lo que ex-ante es considerado como nada-riesgoso, como triple-As e “infalibles” soberanos, el peligro de esta artificiosa aversión al riesgo del regulador sigue latente. Tanto en España como en el resto del mundo, parecen estar dispuestos a seguir tomando del veneno, ahora en su versión de Basilea III. 

Hay que “¡Ocupar a Basilea!”... para sacar de ahí a quienes infantilmente se han creído que el desarrollo puede ser algo libre de riesgos, y arrogantemente se han creído unas súper-niñeras capaces de eliminar los riesgos. Muchísimo más que bancos estables, necesitamos bancos funcionales. ¡Feliz Año!

jueves, 15 de diciembre de 2011

El trágico desastre bancario

Simplificando: Si el costo de fondos de un banco alemán es del 2 por ciento; si desea ganar un margen del 1,5 por ciento; si analizar un crédito para un pequeño empresario cuesta el 1 por ciento; y si el riesgo que percibe de que ese empresario no repague es del 3 por ciento, entonces el banco alemán le cobraría al pequeño empresario alemán un interés del 7,5 por ciento. 

Y si el costo de analizar la capacidad crediticia de Grecia es cero, por cuanto para eso Grecia le paga a una calificadora de crédito; y si el riesgo que se percibe existe de que Grecia no pague es del 1 por ciento, entonces el banco alemán, le cobraría a Grecia un interés del 4,5 por ciento. 
 
Si el regulador le exigiese al banco alemán tener un capital del 8 por ciento para respaldar sus activos, y por lo tanto pudiere apalancar su capital unas 12 veces, el banco pudiese entonces esperar ganar un 18 por ciento sobre su capital, tanto cuando le presta al pequeño empresario alemán, como a Grecia. 
 
Pero eso era antes que la actual generación de reguladores bancarios interviniese, enredando el papagayo. 
 
Los reguladores, con sus normas de Basilea II, le dijeron al banquero alemán: "Si le prestas a un riesgoso empresario alemán necesitas el 8 por ciento de capital, pero si le prestas a una Grecia, considerada (hace poco) por las calificadoras de crédito como casi infalible, entonces necesitas solo el 1,6 por ciento de capital. 

Y por cuanto el 1,6 por ciento de capital permite apalancar más de 60 veces, el banco alemán, de repente, podía esperar ganar un retorno del 90 por ciento sobre su capital prestándole a Grecia. Y hasta podía darse el lujo de prestarle a Grecia a una tasa menor, y aún así ganar más sobre su capital que prestándole al pequeño empresario alemán. 
 
Y el banco alemán, igualito a los demás bancos en Europa y Estados Unidos, se apresuraron a colocar sus fondos en los puertos oficialmente considerados como seguros, tales como Grecia, Italia, España, o los títulos valores calificados como triple-A; y por supuesto los gobiernos responsables de estos puertos-seguros no resistieron la tentación de los abundantes préstamos baratos; y todos estos puertos-seguros se atiborraron convirtiéndose en trampa jaulas ...todo mientras que el pequeño empresario alemán veía su acceso al crédito bancario dificultado y encarecido... y los bancos demasiado grandes para fallar, se hacían aún más grandes. 

Y ya, varios años adentrados en esta crisis que tiene al mundo occidental a punto de caída libre, el problema descrito ni siquiera se discute, y los mismos reguladores preparan ahora su Basilea III, sobre la misma base fallida de discriminar los requerimientos de capital de los bancos en base al riesgo percibido. 

En enero del 2003 en una carta en el Financial Times de Londres escribí "Todo el mundo sabe que, tarde o temprano, las calificaciones emitidas por las calificadoras de riesgo son una nueva generación de riesgos sistémicos, a punto de ser propagados por el mundo con velocidad moderna". Y en noviembre de 2004, también en el Financial Times, pregunté "¿Cuántas propuestas de Basilea necesitarán antes de darse cuenta del daño que están causando favoreciendo tanto los préstamos bancarios al sector público?". 

¿Y a cuenta de qué todo esto? A cuenta de evidenciar el porqué no confío mucho en los magníficos tecnócratas, que dicen saber lo que hacen. ¡No! ¡Qué va! ¡Entréguenle las resultas petroleras a los ciudadanos, para que sean estos quien las siembren!